La educación chilena atraviesa un momento crucial en 2025. Años después del impacto disruptivo de la pandemia de COVID-19, el sistema escolar se debate entre la necesidad imperiosa de reactivación y la persistencia de problemas estructurales que tensionan sus fines y valores. La política educacional intenta responder a múltiples frentes, desde el rezago en los aprendizajes hasta la deteriorada convivencia escolar y las brechas de equidad, generando un escenario complejo para la gestión y el liderazgo dentro de las escuelas.
El inicio del año escolar 2025 no solo marcó un retorno a la presencialidad más consolidada, sino también la constatación de los efectos profundos y duraderos de la pandemia. La crisis sanitaria exacerbó problemas que el sistema educativo chileno arrastraba por décadas, como la desigualdad, la segregación y la falta de inversión adecuada. Si bien el Ministerio de Educación implementó la Política de Reactivación Educativa Integral "Seamos Comunidad" desde mayo de 2022, y posteriormente el Plan de Reactivación Educativa 2025, las secuelas persisten.
Este plan se enfoca en áreas críticas como la convivencia escolar y salud mental, el fortalecimiento de aprendizajes (con iniciativas como el Plan Nacional Sumo Primero en matemáticas) y la revinculación y asistencia de estudiantes. No obstante, la magnitud de los desafíos, como la alarmante cifra de más de 800,000 estudiantes con inasistencia crítica reportada en 2024, evidencia que las soluciones requieren una profundidad y sostenibilidad que van más allá de medidas de emergencia.
La educación temprana es fundamental, pero enfrenta desafíos similares al resto del sistema.
La política educacional actual refleja una tensión inherente entre distintos valores. Por un lado, se busca asegurar la equidad, garantizando el acceso y la permanencia de todos los estudiantes, especialmente los más vulnerables. Por otro, se persigue la calidad, medida frecuentemente a través de resultados académicos estandarizados. La urgencia por recuperar los aprendizajes perdidos durante la pandemia puede llevar a priorizar metas curriculares, potencialmente descuidando las necesidades socioemocionales y las barreras estructurales que impiden una participación equitativa.
Asimismo, existe una tensión entre la urgencia de las medidas de reactivación y la necesidad de construir soluciones sostenibles a largo plazo. La reparación de infraestructuras dañadas, la falta de docentes en algunas áreas y la necesidad de fortalecer la formación continua del profesorado son problemas que requieren inversión y planificación sostenida, chocando a veces con la lógica de las respuestas rápidas a la crisis.
Un problema recurrente y agravado es el estado de la infraestructura escolar. Numerosos establecimientos, especialmente en regiones y sectores vulnerables, enfrentan problemas de mantenimiento, reparaciones urgentes e incluso condiciones insalubres. La falta de inversión adecuada, como se debate en las discusiones presupuestarias (por ejemplo, la Ley de Presupuestos 2025), limita la capacidad de las escuelas para ofrecer ambientes seguros y propicios para el aprendizaje. Para los directivos, esto se traduce en una gestión centrada en la emergencia, desviando tiempo y energía que podrían dedicarse al liderazgo pedagógico.
La preservación y adecuación de la infraestructura escolar es un desafío constante.
Otro foco de alta preocupación es el deterioro de la convivencia escolar. Las denuncias por maltrato entre estudiantes, acoso, violencia hacia adultos y discriminación han mostrado un aumento significativo, según datos de la Superintendencia de Educación. Este fenómeno no solo afecta el bienestar y la salud mental de la comunidad educativa, sino que interfiere directamente con los procesos de enseñanza y aprendizaje. La gestión escolar se ve interpelada a desarrollar e implementar estrategias efectivas de prevención, manejo de conflictos y promoción de una cultura de respeto e inclusión, demandando habilidades específicas de liderazgo para construir climas escolares positivos.
La "pérdida de aprendizaje" o rezago educativo generado por la interrupción de clases presenciales es uno de los legados más visibles de la pandemia. Si bien existen esfuerzos por nivelar y fortalecer los aprendizajes esenciales, las brechas preexistentes, vinculadas al nivel socioeconómico y territorial, tienden a profundizarse. Los líderes escolares deben implementar estrategias pedagógicas diferenciadas, gestionar apoyos específicos y monitorear el progreso de los estudiantes, todo ello en un contexto de alta presión por resultados y con recursos a menudo limitados.
La complejidad del escenario actual exige un liderazgo que trascienda la mera administración. Investigaciones en liderazgo educativo (como las promovidas por centros como Lideres Educativos o el Centro de Liderazgo Escolar UC) enfatizan la importancia del liderazgo pedagógico, centrado en la mejora de la enseñanza y el aprendizaje, y del liderazgo distribuido, que involucra a distintos actores de la comunidad escolar en la toma de decisiones y la conducción de iniciativas.
Sin embargo, la realidad chilena muestra que aún falta consolidar una cultura y una política que fomenten activamente estos enfoques. La sobrecarga burocrática, la falta de autonomía real en muchos casos y la insuficiente formación y apoyo para los equipos directivos son obstáculos importantes. El liderazgo escolar efectivo en este contexto requiere no solo competencias técnicas, sino también una fuerte orientación hacia la justicia social, buscando activamente mitigar las desigualdades y promover oportunidades para todos los estudiantes.
El liderazgo colaborativo es clave para enfrentar los desafíos educativos actuales.
El siguiente gráfico de radar intenta representar de forma cualitativa la percepción sobre la intensidad de diversos desafíos que enfrenta el liderazgo escolar en Chile en 2025, comparando hipotéticamente entre establecimientos con diferentes niveles de vulnerabilidad socioeconómica. La escala va de 1 (menor intensidad percibida) a 10 (máxima intensidad percibida).
Este gráfico ilustra cómo, si bien todos los líderes escolares enfrentan desafíos significativos, aquellos en contextos de mayor vulnerabilidad perciben una intensidad considerablemente mayor en áreas críticas como la gestión de recursos, la convivencia, el rezago académico y la promoción de la equidad. La sobrecarga administrativa también parece ser un factor transversalmente alto.
Para comprender mejor cómo se interrelacionan los distintos elementos de la crisis educativa chilena, el siguiente mapa mental visualiza las conexiones entre las políticas, las tensiones valóricas, los problemas concretos y su impacto en la gestión y el liderazgo escolar.
Este mapa muestra cómo las políticas educativas, enmarcadas en tensiones de valores, intentan abordar problemas concretos que, a su vez, generan múltiples y complejas implicancias para la práctica diaria de la gestión y el liderazgo en los establecimientos escolares.
Las decisiones sobre política educativa se debaten activamente en diversas instancias, incluyendo el Congreso Nacional. Las comisiones de educación del Senado y la Cámara de Diputados son espacios clave donde se discuten proyectos de ley, se evalúan políticas vigentes y se reciben a distintos actores del mundo educativo para recoger sus perspectivas. Estos debates son fundamentales porque definen el marco normativo y presupuestario que luego impactará directamente en las escuelas.
El siguiente video corresponde a una sesión de la Comisión de Educación del Senado de Chile, realizada el 23 de abril de 2025. Observar estas discusiones permite comprender las distintas visiones y prioridades que existen en torno a los problemas educativos y las posibles soluciones que se barajan a nivel legislativo, temas que inevitablemente repercuten en la gestión y el liderazgo escolar.
Estas instancias reflejan la complejidad de alcanzar consensos y la diversidad de intereses y enfoques presentes en el debate público sobre educación, lo cual moldea el contexto en que los líderes escolares deben operar.
La siguiente tabla resume algunos de los principales desafíos discutidos, su impacto en la gestión y posibles respuestas desde el liderazgo escolar, basadas en los enfoques de liderazgo distribuido, pedagógico y con foco en la justicia social.
Desafío Principal | Impacto en la Gestión Escolar | Posibles Respuestas desde el Liderazgo |
---|---|---|
Infraestructura deficiente y recursos limitados | Gestión reactiva, priorización de emergencias, limitación de proyectos pedagógicos. | Optimización de recursos existentes, búsqueda activa de fondos externos, involucramiento de la comunidad, incidencia en autoridades locales/regionales. |
Deterioro de la convivencia escolar | Aumento de conflictos, clima escolar tenso, dificultad para enfocar en lo pedagógico, desgaste del personal. | Implementación de programas de convivencia positiva, protocolos claros, mediación escolar, trabajo colaborativo con familias, fomento de cultura inclusiva y de respeto. |
Rezago en aprendizajes y brechas de equidad | Presión por resultados, dificultad para atender diversidad de necesidades, riesgo de profundizar desigualdades. | Liderazgo pedagógico (análisis de datos, estrategias diferenciadas), apoyo al desarrollo profesional docente, tutorías, trabajo con equipos multidisciplinarios, enfoque en altas expectativas para todos. |
Salud mental de la comunidad educativa | Ausentismo docente y estudiantil, bajo compromiso, problemas de bienestar generalizado. | Promoción de autocuidado, redes de apoyo, derivación oportuna, integración de lo socioemocional en el currículo, clima de confianza y seguridad psicológica. |
Implementación de políticas y sobrecarga administrativa | Falta de tiempo para lo pedagógico, sensación de agobio, dificultad para adaptar políticas a la realidad local. | Liderazgo distribuido (delegación efectiva), priorización estratégica, optimización de procesos administrativos, comunicación clara de prioridades institucionales. |
El Plan de Reactivación Educativa 2025 se articula en torno a tres ejes principales: 1) Convivencia, bienestar y salud mental, buscando generar entornos seguros y protectores; 2) Fortalecimiento y activación de aprendizajes, con foco en recuperar y nivelar conocimientos y habilidades clave; y 3) Revinculación y garantía de trayectorias educativas, combatiendo la deserción y la inasistencia crítica.
El liderazgo distribuido, basado en trabajos como los de Spillane, se refiere a una concepción del liderazgo no centrada exclusivamente en el director/a, sino como una práctica compartida entre diversos miembros de la comunidad escolar (directivos, docentes, asistentes de la educación). Implica reconocer y potenciar las capacidades de liderazgo de distintas personas en función de las tareas y necesidades de la escuela, fomentando la colaboración y la corresponsabilidad.
En un contexto de alta desigualdad como el chileno, un enfoque de justicia social en el liderazgo educativo es crucial porque orienta las decisiones y acciones de los líderes escolares hacia la equidad. Implica reconocer y desafiar las estructuras y prácticas que generan o perpetúan la exclusión y la desventaja, promoviendo activamente el acceso, la participación y los resultados de aprendizaje de todos los estudiantes, especialmente aquellos de grupos históricamente marginados.
La ausencia de una política robusta y coherente sobre liderazgo escolar puede generar falta de claridad en los roles y expectativas, insuficiente apoyo y formación para los directivos, y condiciones laborales que dificultan el ejercicio de un liderazgo efectivo. Esto puede limitar la capacidad de las escuelas para implementar mejoras, adaptarse a los desafíos y movilizar a la comunidad educativa hacia objetivos comunes, impactando negativamente en la calidad y equidad de la educación.